lunes, 23 de marzo de 2015

11. Lucy - Los condes de Redendorf

Empezó a llover. Y a tronar. Los cristales de la biblioteca empezaron a ser recorridos por multitud de gotas de agua enfurecidas. ¡Zap! Se iluminó la sala instantáneamente de luz blanquecina por la caída de un rayo.

Alby sujetó la cabeza de Sophie y la puso sobre su regazo. Kevin, que la había atacado hace unos instantes sin previo aviso, se encontraba ya bien. Horrorizado por lo que acababa de hacer, pero bien.
- Kevin, ¿qué le ha pasado a mi hermana? ¿Qué-?- Exclamó Derek.
- No-no lo sé... No era yo - dijo como si estuviese ahogándose por la angustia-. La mordí y...
Derek, con los ojos azules refulgiendo de furia se lanzó sobre Kevin.
Kilian, que se encontraba justo al lado fue a pararle de inmediato.
- ¡Parad ya los dos!
- ¡Ha empezado él!- Se excusó Kevin, todavía tirado sobre el suelo de la biblioteca.
Derek había dejado ya de luchar y se agachó para sujetar la muñeca de su hermana.
- Parecéis críos.- Señaló Alby.
Kilian se dirigió hacia Syracus:
- Cus, sé realista, no vais a ser capaces de conseguir la Llama en tres días. Necesitamos tiempo.
El chico se mordió el labio inferior como cada vez que estaba nervioso. Cerró los ojos como para concentrarse y al momento volvió a abrirlos. Sin decir una sola palabra, se fue corriendo por los pasillos de la biblioteca.
Kevin se levantó y miró muy preocupado a Sophie, que estaba  tendida sobre el regazo de Alby.
- Oh Dios mío, Sophie...- Dijo lamentándose. Ella hizo amago de sonreírle, pero al momento cayó inconsciente.
- Deberíamos llevarla a su habitación.- Comenté. Derek la cogió en brazos y salió de allí seguido de Alby.
Kilian se dirigió a Kevin:
- Deberías ir a descansar - giró la cabeza mirando a Tommy-. Y tú, muchachito, ve a dormir ya.
Tommy se fue con Kilian de allí dejándonos a Kevin y a mí solos.
- Kevin - le dije en un susurro-. No has sido tú el que ha hecho eso, así que ni se te ocurra culparte. Sea lo que sea que haya pasado, lograremos descubrirlo.
- Gracias Lucy, pero en el fondo sabes que no es así... esto es lo que soy ahora.
- De eso nada Kevin, no te martirices, encontraremos una cura. Ahora, deberías ir a apoyar a Sophie, te necesita.- Le dirigí una media sonrisa.
- Lo último que querría ahora mismo sería estar a mi lado. ¿Y si vuelvo a hacerle daño? ¿Y si...? No me lo perdonaría jamas.
Me levanté del suelo:
- Conozco a Sophie lo suficiente como para saber que te necesita a su lado, créeme. Y no vas a volver a hacerle daño, antes Alby te bañaría en agua hirviendo.- Dije intentando ser positiva.
Por fin sonrió y se levantó. Fuimos juntos hacia la salida cuando apareció Cus jadeando. Llevaba con el una montaña de libros. Literalmente. Se golpeó contra una mesa y se le cayeron unos cuantos. Fuimos a ayudarle.
- ¿Qué es todo esto?- Preguntó Kevin.
- En alguno de estos libros está lo que necesitamos, pero no recuerdo cuál. Ayudadme.- Respondió.





- ¡Aquí!- Exclamó tras diez largos minutos. Nos acercamos a él y descubrimos una página con un dibujo de un frasco azulado que emitía un brillo cerúleo. Justo encima se descubría el título: "La Llama de Trementina". Al parecer se trataba de una poción que sanaba cualquier herida o enfermedad, además de conceder otros atributos más. Al lado podía verse el dibujo de una flor multicolor.
- Perfecto, tenemos estas flores en las enredaderas de fuera - Kevin se puso pálido al escuchar la palabra "fuera" -. Necesitamos coger tres de esas flores mientras voy preparándolo todo. Si conseguimos hacer bien la infusión, retrasaremos la expansión del veneno.
- De acuerdo, Cus, ve preparándolo todo. En seguida vengo.
- Ten cuidado.- Me dijo rozándome la mano.
Asentí y salí disparada al exterior. No podíamos perder ni un solo segundo. Supuse que cuanto antes se le diese la infusión a Sophie, más tiempo aguantaría.
Abrí el portón de madera y un salvaje viento acompañado de una tromba de agua me empapó por completo. Hacía un frío espantoso de repente. Me abracé los hombros como pude y corrí por el patio hasta que llegué a la enredadera. Estaba cogiendo las flores cuando de repente noté una presencia detrás de mí. Me giré en redondo pero descubrí que no había nadie. Sería el viento. Cerré las palmas de las manos en torno a las flores y empecé a deshacer el camino de regreso.
Esta vez algo me rozó el brazo, estaba segura. Me giré temblorosa intentando ver algo entre tanta oscuridad.
- ¡Lucy! ¡Corre!- Me gritó asustado Syracus desde la entrada. No esperé un segundo más y entré corriendo de nuevo al palacete. Cus me rodeó con los brazos y justo antes de que cerrara la puerta, unos ojos anaranjados brillaron en la oscuridad de la tormenta.
- ¿Qué era eso?- Le pregunté jadeando.
Evitó mi pregunta y me miró preocupado:
- ¿Tienes las flores?
Abrí la palma de la mano y se las tendí. Luego se fue corriendo hacia la cocina y las puso sobre un cuenco de agua caliente. Empecé a moverlo con una cuchara de madera. Sentí algo sobre los hombros. Era una toalla.
- Estás empapada, podrías resfriarte.
Me sequé rápidamente y acompañé a Syracus a la habitación de Sophie. Llevaba aquella infusión con la flor todavía dentro. Entré yo primera en la habitación y descubrí a Alby con la cabeza apoyada en el ancho hombro de Kilian. Casi se cayó del susto del borde de la cama cuando entramos.
Syracus apoyó el cuenco sobre la mesilla y empezó a cortar solo ciertas partes de la flor. Parecía muy concentrado. Mientras tanto, Sophie dormía sobre la cama con cara de dolor.
Alby sujetaba la mano de nuestra amiga con dulzura y justo a su lado Kilian, que intentaba consolar a Alby. Qué buena pareja hacían. Bueno, no sabía si eran ya pareja, pero se veía a leguas que estaban enamoradísimos, por mucho que mi amiga intentase negarlo. El chico pasó su brazo por la espalda de mi amiga y ella empezó a ruborizarse.
Entonces Syracus le tendió el cuenco a Alby para que se lo diera a Sophie. Esta lo tomó y al momento, su color cambió del blanco a sonrosado.
- Menos mal- Suspiró Cus-. Lucy, deberíamos irnos en cuanto amanezca. Será lo mejor.
Asentí y le di un beso a mi amiga en la mejilla. Abracé a Alby susurrándole: "El verdadero amigo no se olvida jamás del amigo". Esa había sido siempre nuestra frase. Quería decirle que íbamos a conseguirlo, que no perdiese la fe.
Lo que no sabía yo era que estaba a punto de perder otra cosa igual de importante.




Cuando asomaron los primeros rayos de sol, me hice una trenza y me puse unas botas cómodas para poder cabalgar  propiamente. Ensillamos los dos caballos y les cargamos con enseres imprescindibles, nada más. Salimos de allí cabalgando a buen ritmo cruzando el bosque y distintos parajes hasta llegar a la muralla. Nos ocultamos tras un gran carruaje:
- De acuerdo, ahora tenemos que pensar en cómo entrar.
- Todavía es de día, así que podría intentar hacernos invisibles.
- ¿Puedes hacer eso?- Me preguntó perplejo. Estábamos muy cerca el uno del otro, y casi podía notar su respiración.
- Claro, es como si fuésemos un espejo.- Cerré los ojos para concentrarme. Noté el típico tirón en el estómago y el tatuaje picando. Me imaginé entonces que una delgada película morada nos recorría a Syracus y a mí y nos hacía invisibles. Abrí los ojos y descubrí que había funcionado. No era capaz de verme las manos a no ser que me concentrase mucho.
- ¡Dios eres increíble!- Exclamó. Sonreí y fuimos avanzando detrás del carruaje. En cuanto burlamos a los guardas, entré por primera vez en el reino de Nim. La vegetación empezó a escasear de manera trepidante y los caminos empezaron a oscurecerse.
- Vaya, esto es peor de lo que recordaba.- Comentó.
Seguimos recorriendo aquel camino hasta llegar al centro de la ciudad, que no quedaba muy lejos de la muralla. Allí las calles eran estrechas y olían fatal, liberando la podredumbre de los ciudadanos que la habitaban. Los edificios eran grises y la gran mayoría estaban desvencijados. En apenas unas horas era ya completamente de noche.
- ¿Cómo es posible que sea ya de noche?- Le pregunté.
- Bienvenida a esta parte del reino.- Me dijo con aquel brillo sarcástico en sus ojos marrón verdoso.
- Entonces, ¿cuál es el plan?- Le dije en un susurro a pesar de la cantidad de personas que circulaban por aquellas sucias calles.
- Me encanta que saques ese tema. Pues bien, hemos de encontrar a una curandera llamada Ina. Ella es la clave.
Asentí y tiré de Cus para que no se chocase contra un hombre panzudo.
- Gracias - me dijo-. Esto, Lucy, hay algo de lo que no te he hablado. Yo...- Se interrumpió y puso una cara de puro horror. Habíamos acabado en un oscuro callejón apenas iluminado por un farol en el que, justo en frente se erguía la figura esbelta de una mujer de piel oscura.  Se retiró la capucha de la capa y dejó entrever la cara de una chica algo mayor, con el pelo negro lacio y largo ondeándose al viento. Su vestido rojo resaltaba entre tanta oscuridad y combinaba con sus ojos naranjas. Aquella mujer era muy bella. Bueno, tenía algo que la hacía muy atractiva.
Cus seguía estupefacto. La conocía.
- Vaya, vaya. Syracus Redendorf, nuestros caminos vuelven a cruzarse una vez más.
¿"Redendorf"? Ese apellido me sonaba muchísimo. Entonces caí: Redendorf fue una de las famlias nobles más influyentes de todo Alberna. Eran uno de los pilares del reino. Pero qué digo, eran EL pilar. Tras la división del reino, no volví a saber de ellos.
Me giré hacia Cus y descubrí que empezó a ponerse pálido. Hizo amago de responder, pero tan solo balbuceó algunas palabras ininteligibles.
- ¿Y esta chica?¿No me la presentas?- La mujer empezó a avanzar hacia nosotros. Se movía con agilidad y sensualidad.
- Tatiana.- Consiguió decir al final Cus. Este seguía como absorto en la mirada de la chica, confundido... no era él desde luego. Parecía como si estuviese siendo controlado. Decidí intervenir y que ella me prestase atención.
- ¿Qué queréis?- Le recriminé. Ella posó su salvaje mirada sobre mí y en el momento en el que lo hizo, sentí auténtico pánico. Pero me recuperé en seguida. Podía con ella, no iba a amedrentarme si era eso lo que pretendía. Mantuve la mirada fija y fría.
Cus suspiró y me miró como si algo hubiera estado castigándole por dentro.
- ¡Increíble! Eres más poderosa de lo que pensé en un principio.- Me alabó Tatiana.
- No-no te acerques a Lucy o...- empezó a decir Cus.
- ¿O qué? ¿Vas a ir a llorarle a tu papi? ¡Ah no espera que es de los nuestros! Mala suerte.
- Cus, ¿de qué está hablando?- Le susurré. Él evitó mi mirada.
- Oh, ¿no se lo has dicho? Qué pena, hacíais una pareja perfecta. Lástima - me miró divertida.
Rápida como un rayo, Tatiana me cogió de la garganta y me atrajo a ella revelando unos pequeños y afilados colmillos.
- ¡¡NO!! - gritó-. ¿Qué quieres Tatiana?
- Más bien, qué quiere tu padre.- Dijo todavía agarrándome de la garganta.
- ¡¿Qué coño quiere?!- Exclamó angustiado.
- Lo sabes muy bien, cariño. Y como no vas a ir por voluntad propia, pensó que sería mejor motivarte, así que te espera mañana al anochecer. Ven antes de las 12.- Terminó de decir.
Entonces Tatiana sacó una pieza de metal y la frotó contra mi mano. Chillé de dolor y todo se volvió negro.




Desperté horas después cuando ya volvía a anochecer. Me encontraba sobre una cama lujosa, con sábanas de seda. La habitación era de fría piedra y además, enorme, con grandes telas sujetas del techo y grandes blasones colgando de las paredes.
Mis muñecas estaban atadas con unas cadenas de metal que me abrasaban la piel a ambos postes de la cama.
De pronto se abrió la puerta del fondo y entraron tres personas. La primera de ellas, un hombre alto, de espalda ancha y con el pelo algo canoso. Mantenía una pose soberbia y elegante. Tenía unos ojos azul verdoso que se me antojaron muy familiares de pronto, pero en cuanto me miró, éstos cambiaron a anaranjados. Seguido de él apareció por la puerta una mujer muy bella, con el pelo negro recogido en un moño y expresión triste. También tenía los ojos naranjas. Por último apareció Tatiana.
- Muchas gracias querida.- Le dijo el hombre a Tatiana.
- Ha sido un auténtico placer, mi señor. Muy difícil resistirme, eso sí.
- Serás recompensada.- Le respondió este. Luego se dirigió a mí:
- Así que tú eres Lucy. Yo soy Román Redendorf y esta es mi esposa Vidia. - Su mirada eran tan intensa y convincente que tuve la impresión de que si en ese mismo instante, me decía que saltase por un balcón, yo lo haría sin dudar.
- Román, ya es suficiente.- Le reprendió la mujer de pelo negro.
- Oh mujer, si es muy divertido ver cómo estas criaturas caen en tus redes.
- No, no lo es. Para mí ya es suficientemente horrible tener que hacerle esto a nuestro propio hijo.- Exclamó. ¿Qué pretendían hacerle a Syracus? Todo esto estaba empezando a asustarme. Necesitaba respuestas urgentemente o acabaría explotando de frustración.
- Él se lo ha buscado. Que no hubiese huido como las ratas. Ahora cargará con las consecuencias de sus actos.- Dijo Román, su padre. Si algo sabía de Syracus era que él no era un cobarde. Algo no encajaba.
- Señor...- interrupió Tatiana-. ¿Puedo darle un mordisquito a la chica? Creo que me lo merezco...- dijo relamiéndose. El hombre sonrió y Vidia se escandalizó.
- Ni hablar. Lucy no ha de sufrir daño alguno, recuerda lo prometido. Nuestro hijo a cambio de ella.
Tatiana refunfuñó y se fue de la habitación.
- Pues solo habrá que esperar unas cuantas horas más y todo será por fin resuelto. Espero, por tu bien, que colabores niña, o te desangraré lentamente y créeme, no es algo que quieras experimentar. - Dijo Román complacido. La mujer agachó la cabeza con expresión triste y se sentó junto a mí mientras su marido se marchaba de la habitación.
La miré con asco. No sabía qué iba a pasar todavía, pero desde luego, no iba a ser nada bueno.
- ¿Qué pretendéis hacer?
- Cielo, solo has de saber que yo quiero mucho a mis hijos. No les deseo nada de lo que está a punto de pasar.
- ¡Entonces impídelo!- Le grité.
- No puedo hacer nada más que callar y obedecer.
- No, no te creo.
La mujer derramó una lágrima desconsolada. De pronto, su rostro se iluminó:
- Puedo intentar algo, pero has de confiar en mí y no hacer preguntas.
Me quedé estupefacta. ¿Confiar en ella? ¿En un vampiro? No me quedaba otra opción así que asentí. Con un poco de suerte, Syracus sería inteligente e iría a conseguir la Llama. Nos estábamos quedando sin tiempo. Y además, si algo tan malo iba a sucederle viniendo aquí, mejor que se alejara todo lo posible.




Pegué un brinco sobre la cama en cuanto la puerta se abrió de golpe y entraron dos hombres sujetando a Syracus. Él no opuso resistencia alguna, pero se le veía triste. Le ataron a otro de los postes de la cama, en el suelo. Su madre, que me había estado haciendo compañía durante todo aquel tiempo, se levantó de la cama y se llevó a los guardas saliendo de la habitación. Si Syracus la vio, disimuló bastante bien su sorpresa.
- ¡Syracus! ¿Por qué has venido?- Le dije entre sollozos.
-¿Es que acaso sopesaste la posibilidad de que te dejase aquí sola? Ya sabes que yo siempre me apunto a todas las fiestas.
- ¡No seas idiota!- Le dije.
Entonces entró Vidia con una copa en las manos.
- Madre.- Dijo.
- Hijo mío.- Vidia dejó la copa sobre el suelo y abrazó a Syracus. Él la abrazó también. Cuando se abrazaron, los ojos de su madre se volvieron oscuros, su color natural, supuse.
Luego le tendió la copa a Cus y éste la tomó entre sus manos para después beber. No hubo bebido dos tragos cuando la tiró al suelo.
- ¡Puaj! ¿Qué era eso?- Dijo asqueado.
- Mi sangre.- Respondió Vidia. Entonces, con una agilidad impresionante, la madre sujetó la cabeza de Syracus firmemente y la retorció bruscamente hasta que se escuchó un crack.



- ¡¡CUS!!- Grité viendo cómo su cuerpo de desplomaba sobre la alfombra, inerte, muerto. Muerto.
- Tranquila.- Me dijo pausadamente.
- ¡¿Pero qué has hecho?!- Le dije escandalizada.
- ¡Calla! ¡Te escucharán! Lucy, si llega a Marcarle el rey Nim, será su esclavo toda la vida. Así por lo menos será libre.
Empecé a llorar desconsoladamente. Era como si una parte de mí hubiese muerto con Syracus. Me sentía vacía.
- Ahora, márchate. Syracus estará bien. Despertará dentro de tres días.
¿Despertar? ¿Cómo? ¿Seguía vivo? ¿Qué significaba eso? Entonces, sin acercarse siquiera, las esposas que me retenían desaparecieron como por arte de magia y sin percatarme de ello, me encontré tendida en el suelo de la calle. Entonces expulsé toda la rabia y lloré hasta que me quedé sin fuerzas y me venció el cansancio.



Arually


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