domingo, 13 de julio de 2014

1. Lucy - Los Dotados

rase una vez un reino gobernado por un rey que no era precisamente tirano pero que tampoco era famoso por su caridad con los demás. Su reino, Alberna, se extendía a lo largo y ancho de los verdes y fructíferos valles, repletos de pequeñas flores de colores que alternaban desde el amarillo que reflejaba la luz del sol hasta los violetas intensos pasando por azules como un día soleado sin nubes. Una parte de esos valles, al oeste, desembocaba en un enorme y frondoso bosque en el que vivían multitud de criaturas grandiosas y extrañas. Ese bosque, el bosque Chispeante, era considerado por muchos albernarianos como un lugar inexplorado y lleno de horrendos monstruos que por la noche atacaban a los moribundos y se llevaban a sus hijos para después devorarlos. 
Las montañas del norte eran grandes e imponentes, cubiertas por un manto de nieve que reflejaban la inmensidad del cielo y que de vez en cuando, según el profesor Barming, dejaba escapar destellos de magia.
Al este se situaba el puerto de Larosse. Gracias a él, Alberna había incrementado considerablemente tanto sus exportaciones como sus importaciones. El comercio iba viento en popa y todo el mundo vivía bien, pero...




- Lucy, aún no has acabado tus clases de latín y francés.- Me dijo mi institutriz roja como un tomate.
- Pero Freya, quiero ir a ver a Sophie...- le imploré.
- Está bien, pero solo por esta vez, y que no se entere tu madre. En cuanto vuelvas, tendrás que hacer los ejercicios, ¿de acuerdo?-. Asentí muy feliz y salí por la puerta de mi habitación corriendo.
Recorrí los inmensos pasillos que conformaban mi casa, cada cual más amueblado que el anterior. No entendía la obsesión de mi madre por poner tal cantidad de muebles en un solo pasillo; entre las lámparas, los cuadros, los espejos, las figuras grotescas de algunos ángeles que colgaban de la pared, y las innumerables mesitas de madera con millones de repliegues, no había quien se sintiese a gusto allí.
Llegué a la entrada de la casa, un pequeño y discreto espacio donde almacenábamos distintas capas, abrigos y sombreros. Me colgué la mía y salí a toda prisa por la puerta.
La calle estaba atestada de gente por todos lados. Los carruajes apenas podían circular con normalidad y los caballos, pobrecitos, movían la cabeza desesperados. Me dirigí hacia la calle principal, donde se asentaban todos los comercios habidos y por haber, desde pequeños puestecillos hasta enormes librerías que parecían bibliotecas. Una vez hube llegado, giré a la izquierda en la segunda calle y seguí esquivando a la gente. Recibí unos cuantos pisotones, pero conseguí llegar por fin a casa de Sophie. Su padre era comerciante de telas, al igual que el mío, por eso nos habíamos conocido y ahora éramos muy amigas. Apenas teníamos 11 años, pero nuestra amistad se había forjado de maravilla.
Agarré el llamador de la puerta y lo golpeé. Pum, pum, pum. Me abrió la propia madre de Sophie. Era una señora muy amable y sonriente. Me dijo que su hija estaba en el bosque recolectando setas, a petición de su abuela que era una de las reposteras más famosas de todo Alberna. Le agradecí la información y salí hacia el bosque. Por el camino me encontré a Max, el chico más pesado del universo. No paraba de seguirnos y era cansino como él solo. Intenté pasar desapercibida, pero finalmente me vio. Mierda.
- ¡¡¡LUCY!!! - Gritó a los cuatro vientos. Hice una mueca y fingí sonreír.
- Max... No te había visto...- Dije.
- ¿Dónde vas? ¿Puedo acompañarte? Verás lo que tengo que contarte. ¿Tú sabías que las luciérnagas...?- Y así podía tirarse toda la vida, contándome cosas sobre sus queridas luciérnagas, o sobre las cosas que había encontrado entre los dedos de su abuelo, un hombre que pasaba sobrio 3 horas al día. Él era el famoso profesor Barming, el que decía haber ido al bosque Chispeante y haber encontrado seres fantásticos. Claro que nadie le había creído y su reputación había caído bastante desde aquel entonces. Se había refugiado en la bebida y no salía, se quedaba recluido en su torreón de mala muerte.
- Voy al bosque a buscar a Sophie.
- Genial, pues te acompaño y así te cuento más cosas sobre el rey.
Ya iba a empezar otra vez su discursito sobre las luciérnagas que había oído miles de veces. Espera. ¿Había dicho 'rey'? Esto era nuevo. Me paré en seco.
- ¿Qué pasa con el rey?
- ¿No te has enterado? ¡Todo el mundo habla de ello! Se está muriendo, y va a morir de aquí a nada. Se dice que el príncipe William va a heredar una parte del trono y el príncipe Nim la otra.
- ¿En serio? Oh no, el príncipe Nim no me gusta nada. Parece malvado.- Dije.
- Es lo que hay -Dijo encogiéndose de hombros-. Bien, ¿por dónde iba?...
Resoplé y seguí caminando dirección al bosque. Este chico no tenía remedio.


Media hora después llegamos al bosque. Tenía la cabeza como un bombo, ¡Max no había dejado de hablar ni un solo segundo! Encontramos a Sophie en los alrededores del bosque, con una cesta de mimbre llena de pequeños agujeritos. Según me contó ella, esto se hacía para que cuando depositases las setas en la cesta, las esporas pudiesen escapar por los agujeros.
- ¡Sophie! - Grité agitando los brazos. Se volvió y me saludó. A su lado había una chica gruesa con mofeltes rojos.
- ¡Lucy! Esta es Alby, la hija del panadero Julian. Alby, esta es Lucy, la hija del comerciante Philip.
- Encantada.
Resultó que Alby era una chica encantadora, también de nuestra edad, con un sentido del humor muy bueno.
Después de charlar un poco (Max, que no paraba de cascar, solo hacía más que interrumpir), decidimos explorar un poco aquel magnífico bosque que se extendía ante nuestros ojos. Los cuatro teníamos bien desarrollado nuestro espíritu aventurero, así que las tres y Max nos internamos un poco en el bosque. No nos daban miedo las historias que contaban por ahí, o quizá entonces decidimos no creerlas.
El bosque era precioso en todos los sentidos, enormes y verdes árboles nos rodeaban allá donde mirásemos, con hermosos frutos de distintos colores. El suelo era un manto de césped clorofila con flores. Se escuchaban pajarillos piar, y la música de las hojas mecerse al son del viento.
De repente, sentí silencio en mi piel. Demasiado silencio. Me volví y descubrí que Max no estaba. Había desaparecido.
- Chicas, Max no está.- Advertí. Las dos miraron hacia todos los lados y una sombra de pánico cruzó por sus caras.
- Oh no, deberíamos ir a buscarle, esto podría ser peligroso.- Dijo Alby.
- Además, está a punto de anochecer.- Dijo Sophie.
Nos dimos la vuelta para empezar con la búsqueda cuando de pronto, una luz brillante de color rosa apareció flotando ante nuestros ojos. Parecían sonar pequeños cascabeles cada vez que la esfera se movía hacia alguna dirección. Se acercó a Sophie con cautela. Mi amiga, asustada, dio un paso hacia atrás tropezando con un tronco, se cayó al suelo y miró a la luz flotante.
Me quedé anonadada mirando aquel espectáculo mágico. Debería haber tenido miedo, pero no fue así. Todo me parecía demasiado maravilloso como para ser malo.
Entonces, aparecieron dos luces más: una morada y otra azul turquesa. Se acercaron a Alby y a mí respectivamente y se posaron en nuestra muñeca izquierda. Aquello era increíble. ¿Qué serían aquellas cosas? Estaba tan maravillada que me quedé muy quieta. Estuvo ahí unos segundos hasta que sentí un leve pinchazo y aquella luz turquesa desapareció ante mis ojos, así sin más.
De repente, un grito rompió aquel silencio tan mágico y las tres nos miramos asustadas. Alby levantó a Sophie del suelo y fuimos en busca de aquel grito. Podría haber sido Max.Corrimos por centenares de árboles hasta que, efectivamente, encontramos a nuestro amigo. Estaba de pie, petrificado por el miedo, y una luz como la que nos había visitado, de color blanco, flotaba a su alrededor. Miramos encandiladas una vez más cómo aquella esfera de luz hacía su 'magia' y se desvanecía para siempre.
Miré mi muñeca y descubrí que había un pequeño tatuaje con forma de... símbolo raro, como una espiral. Al parecer todos lo teníamos. ¿Qué acababa de suceder?
Max abrió la boca y habló en un idioma extraño. Se tapó la boca con horror y de la nada, aparecieron pequeñas nubes grises sobre su cabeza. ¿Hablaba en otra lengua así de pronto?
Probó a decir algo otra vez, pero tampoco le entendimos. Las nubes desaparecieron, sí, pero en su lugar, aparecieron escarabajos.
Sophie, que odiaba cualquier bicho, profirió un grito y de su mano salió una pequeña bola de fuego que pulverizó a los escarabajos instantáneamente. Los restos quemados de los escarabajos iban a caer justo encima de Alby cuando ésta alzó las palmas de las manos y su tatuaje en forma de espiral brilló con una luz purpúrea. Los fragmentos chamuscados flotaron en el aire por encima de ella mientras extendía la mano. Luego la dejó caer y los trozos cayeron al suelo también.
-¡Qué chulo! - Dije.
Alby se dio cuenta de que podía mover los objetos sin tocarlos. Decidí probar yo también. ¡Aquello era alucinante!
Extendí mi mano hacia una de las flores del suelo, y me percaté de que el tatuaje empezó a emitir un resplandor azulado. Empezó a picar un poco, pero al momento, de mi mano salió un pequeño reguero de agua. ¡Wow! Levanté la palma de mi mano, y sobre ella se formó una gran gota de agua.
Max, que se sentó en el mullido césped, nos miraba asombrado. Observó su tatuaje con tristeza. No se atrevía a hablar por miedo a lo que pudiera pasar.
Después de todo, su abuelo Barmy no estaba loco.



Aquello era peligroso. Nos dimos cuenta tiempo después, cuando nos juntamos los cuatro para enseñarle a Max a hablar de nuevo nuestro idioma. Fue inútil. Cada vez que decía algo, aunque simplemente fuesen nuestros nombres, o nos envolvían rayos, o aparecían tarántulas. Al final desistió y se encerró en sí mismo. Intentamos animarle, pero al final, dejó de quedar con nosotras a los 13 años. Nosotras por nuestra parte, apenas utilizábamos nuestros dones por miedo a lo que la gente pudiese pensar de nosotras.

Todo cambió el día en el que el rey Marcus murió y el reino se dividió en dos. Alby y yo nos quedamos encerradas en la parte del puerto y Sophie y Max en la del bosque. William reinó en nuestra zona y Nim en la de nuestros otros amigos. El primero era bueno y justo, sin embargo, Nim era un tirano sin escrúpulos que tenía subyugados a sus habitantes.

De viaje a un pueblo colindante, con 17 años y bajo la amenaza de un horrible matrimonio que rechazaba continuamente, mi padre me mandó a comprar telas. Cuando llegamos, bajé del carro, y me dirigí a la plaza principal. Una fuente coronaba el centro de ésta, la cual estaba rodeada por hermosos setos bien cuidados. Mis ojos de pronto se posaron en la figura de un chico que leía un libro en uno de los bancos de piedra. Se trataba de un Max ya maduro. Había crecido mucho, estaba muy alto,  pero ese pelo corto rubio oscuro que ya se asemejaba más al castaño, y esos ojos verdes que siempre permanecían entornados eran inconfundibles. De pronto alzó la mirada y me miró fijamente. Entonces me regaló una sonrisa sincera y cálida.
En el fondo, le había echado de menos.



LRA



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