jueves, 2 de abril de 2015

12. Lucy - Ventajas

Sophie pareció mejorar momentáneamente. Su piel seguía más pálida de lo normal, y a menudo sufría delirios que le hacían chillar y tambalearse, pero por lo menos no parecía que estuviese a punto de morir, lo cual era todo un alivio.
Sí que es verdad que en numerosas ocasiones estuvo a punto de quemar la habitación entera, pero por eso estaba Alby siempre a su lado, para apagarlo. Generalmente los incendios solo ocurrían de día, así que por la noche Alby descansaba, o por lo menos, lo intentaba.
Kevin y Derek (el hermano de Sophie) comenzaron a distanciarse lentamente. Solo cruzaban de vez en cuando tres o cuatro palabras si era totalmente necesario. Eso a Derek empezó a disgustarle. No quería que por lo que había pasado, dejasen de apoyarse y ayudarse el uno al otro como llevaban haciendo desde pequeños. Al parecer, Kevin pasaba demasiado tiempo con Sophie, y esto no le gustaba ni un pelo. No es que temiese la idea de que Kevin pudiera transformarse y atacarla otra vez, no. Es que se estaba alejando de él. Quizá no lo comprendiese, pero eso a Derek le dolía y no podía hacer absolutamente nada por impedirlo, nada. Quizá por esa misma razón había acabado empeorándolo todo, pero no podía hacer otra cosa. Todo su ser sufría en silencio y una agonía no hacía más que crecer y crecer con el paso de los días. Sí, su hermana no parecía mejorar, pero tampoco empeorar. Bien. Pero no era aquello lo que le estaba rompiendo lentamente el corazón, aunque sí ayudaba. 
Derek se dirigió hacia la habitación en la que todos parecían vivir últimamente, donde Sophie descansaba tendida sobre la cama. Antes de girar el pomo hacia la derecha, contempló el haz de luz blanca que atravesaba silenciosamente la amplia cristalera del fondo del pasillo. El corredor estaba solo iluminado por la blanquecina luz de la luna. Notó cómo los ojos le cambiaron del azul al amarillo para poder observar más detenidamente lo que sucedía cruzando aquel cristal. Se trataba de un truco que había sabido manejar a su antojo sin necesidad de perder el control, y daba continuamente las gracias por aquello, era todo un alivio poder disfrutar de la Maldición. Soltó una carcajada de lo irónico que había sonado aquello. Disfrutar. De la Maldición. Sonrió apenado y percibió cómo las pequeñas flores del cerezo que tenía bajo su punto de mira se abrían lentamente, perezosas y somnolientas criaturas que recibían con alegría y alevosía el comienzo de la primavera. Volvió a sonreír y se tocó el pelo, que seguía rubio y rizado, aunque cada vez se le oscurecía más. Esperaba volver a tener algún día su pelo original.
Sin más contemplaciones, giró el pomo y encontró a su mejor amigo tumbado junto a su hermana, sujetando su mano como si de cristal se tratase. Frágil y delicado. Una sombra de dolor le cruzó por los ojos y apartó la mirada. Debía ser fuerte. Vio también a Tommy que jugaba moviendo sus dedos y soltando a su vez distintos destellos de luz. Le vio tan entretenido entre tanto dolor que le pareció un crimen molestarle. Se fue a sentar en una de aquellas sillas sin ser apenas percibido. Suspiró.







En la habitación colindante se encontraba Alby tendida sobre la cama sin poder pegar ojo. Al final se levantó y se puso una manta sobre los hombros. Salió de allí y fue hacia la cocina, donde sabía que le encontraría, era como su refugio. Al principio no supo si ir o no. ¿Y si le molestaba? ¿Y si quería estar solo? Bueno, al final no le quedó más remedio que ir y descubrirlo: se encontró a Kilian enfrascado en uno de sus elaboradísimos platos, concentrado al límite.
- Huele de miedo.- Susurró Alby al llegar a la cocina. 
Kilian giró un poco la cabeza y Alby pudo percibir un destello rojo en sus ojos. El corazón le dio un vuelco y se tuvo que agarrar a la pared de piedra.
- Kilian... ¿E-estas bien?- Alby fue hacia él con cierto pudor.
- Sí, ¿y tú?- Le respondió aún encorvado sobre la humeante cacerola. 
- Y... ¿por qué tus ojos son... ehm... rojos? - Consiguió decir. 
Alby miró fijamente a Kilian, con su pelo rubio oscuro agarrado en una pequeña coleta. Su cara, ancha pero con una mandíbula fuerte y pómulos pronunciados estaba empapada de pequeñas gotitas debido al vapor que emanaba de la cacerola. Tenía los labios delgados y la barba era últimamente bastante apreciable. A Alby le recordó vagamente a la apariencia de los piratas, pero jamás había visto a uno de cerca, así que tampoco podía asegurarlo al cien por cien. Sus ojos eran de un color que oscilaba entre el marrón y el carmesí. 
- ¿Mis ojos? -dijo perplejo-. ¡Ah! Sí. Así consigo ver cuándo la comida está en su punto. He de encontrarle alguna ventaja a la transformación. Creo que los chicos ya son también capaces de hacerlo. 
Cada vez que aquel chico le sonreía a Alby, ella se sentía mucho mejor al instante. Le gustaba, lo tenía claro, ahora tendría que dar el siguiente paso, pero, ¿cómo hacerlo con lo que le aterraba? Por una parte quería abrazarle y besar aquellos labios que tanto le atraían, pero por otra, cada vez que pensaba en ello le venía el recuerdo de su padre diciéndole que estaba prometida. En el caso de que todo saliese bien, acabaría casándose con otro hombre. Si aun así decidiera marcharse, perdería a su padre y esa idea también le aterraba. Ya perdió a su madre y a su hermano muchísimo tiempo atrás durante aquella noche en la que los rayos se hicieron con el poder del cielo. Su padre era el único familiar con el que contaba. 
- Ven, siéntate a mi lado y dime qué opinas.
Alby cogió un taburete que había por allí y se sentó junto a Kilian. Éste metió una cuchara de madera y la sacó con un caldo dorado. Sujetó con delicadeza la barbilla de Alby y le dio a probar de aquella sopa. Ella sintió como si todos los sentidos se le despertasen de golpe, el vello del cuerpo se le erizó y un escalofrío le recorrió todo el cuerpo. Abrió mucho los ojos. Luego se dio cuenta: estaban muy cerca el uno  del otro, podía notar su respiración agitada, podía ver cada uno de los poros de su tersa y morena piel. El corazón de Alby parecía un caballo encabritado, el estómago le dio un vuelco y todo su ser comenzó a temblar de la emoción que sintió en aquellos instantes. Apenas unos centímetros separaban sus labios. El chico se inclinó hacia delante con intención de besarla. Entonces Alby giró la cabeza veloz y el ansiado beso aterrizó en la sonrosada mejilla de la chica. En aquel momento sintió tanta vergüenza y frustración de sí misma que se levantó de golpe tirando el taburete. Salió de allí corriendo con las lágrimas aflorando de sus ojos. ¿Qué narices acababa de hacer? La congoja se adueñó de su corazón y Alby se dejó caer en la cama derrotada. 





Pequeños fragmentos de recuerdos difusos me asaltaron entonces: la habitación en la que había estado retenida, aquella fría piedra gris que te marchitaba el ánimo poco a poco, aquellos cuadros tenebrosos y la escasa luz que había cuando entró el padre de Syracus. Su padre daba escalofríos y no quería volver a acercarme a él nunca más. Me aterraba su sola presencia, pero lo que me aterraba aún más era que con solo mirarme, podía conseguir cualquier cosa de mí. Su madre sin embargo, era más dócil, más... servil. Parecía que había estado sometida a las órdenes de los demás durante toda su vida, pero ahora en cierto modo se había rebelado. Recuerdo cómo me dijo momentos antes que su madre la había educado para ser una buena esposa, para ser una buena madre. Y en eso último había fallado. No había sido una buena madre. Luego me asaltó el recuerdo de Cus con expresión derrotada atado con cadenas a los postes de la cama. Su expresión me rompió el corazón por mucho que intentase disimularlo. Su pelo negro estaba alborotado y mojado, no peinado como siempre le gustaba llevarlo y la ropa estaba cubierta de barro y fango. Luego su madre le dio esa copa, él bebió y luego ella le...le mató... 
Espera. Dijo que despertaría, ¿no? En 3 días... ¿Y qué se supone que debería hacer yo?
Me sentía horrible. Fatal. Era como si una parte de mí misma hubiese sido destruida de golpe y ahora la  otra parte gritase en agonía. Lo único que quería era tumbarme en una esquina y seguir llorando. 
Después de lo que parecieron horas, la razón se impuso al dolor y me di cuenta de que así no solucionaría nada. Lo primero que debía hacer era encontrar la Llama, y para eso debía buscar a la curandera Ina. Me levanté de aquel suelo arenoso e intenté caminar hacia el centro e ir preguntando. Tenía las muñecas doloridas y en carne viva, pero notaba que podía hacer algo de magia todavía. 
De pronto me encontré dentro de las calles de Bancko, la capital del reino de Nim, rodeada de gente de caras apagadas y tristes, grisáceas y lánguidas. Me empujaron bastantes veces y otras muchas más tropecé cayendo al suelo embarrado. Desde luego, como me viese ahora mi madre, me ganaría una buena reprimenda. Entré en lo que pareció ser una buena botica tiempo atrás. Había un hombre gordo y con mejillas sonrosadas tras un mostrador, con los dedos hinchados y una gran papada que se movía con gran autonomía. 
- Oh linda muchacha, ¿qué os trae por aquí? 
- Busco a una mujer llamada Ina. ¿La conocéis?- Le dije con una sonrisa forzada.
- ¡Ina! Por supuesto, solo algunos boticarios sabemos realmente de su... arte.
- ¿Podríais indicarme dónde encontrarla, por favor?
- Oh preciosa, no puedo revelar información así como así... - Dijo dejando entrever unos dientes podridos.
- Bien, pues. ¿Qué queréis?¿Dinero?¿Joyas? 
- Mi gusto es más... exquisito, ¿sabe usted?- Empezó a acercarse hacia mí lentamente. Dio vueltas a mi alrededor. De pronto noté su enrome mano recorrer mi hombro en dirección al cuello.
Alcé la mano parándole. 
- ¿Qué está haciendo?- Le exigí.
- Solo quiero jugar un poco...- Dijo susurrando. Está bien, esto ya era demasiado. Mi paciencia se había agotado. El tatuaje brilló en mi muñeca y le envié contra la pared estampándose fuertemente contra ella. Soltó un grito. Mi semblante antes dulce se tornó feroz.
- Quiero que me digas dónde encontrarla. O me lo dices por las buenas, o por las malas. Tú eliges cerdo asqueroso.- Giré la muñeca y le dejé bocabajo. 
- ¡De acuerdo!- Dijo llorando-. ¡Búscala en la Posada del Diablo! 
Asentí complacida y dejé al hombre sobre el suelo. Luego salí de allí hacia aquella posada.


Cuando llegué empezó a anochecer. Abrí la puerta de madera algo desvencijada y un gran tufo a comida quemada y podrida me azotó. Reprimí una arcada y bajé por las escaleras. Estaban viejas y me pregunté si serían capaces de soportar tantas subidas y bajadas. 
De pronto me di cuenta de que ya había pasado un día desde que Syracus... bueno, solo quedaban dos para que despertase. Además, quedaba también un día menos para Sophie. Debía darme prisa.
Pregunté a una mujer con una gran bandeja dónde podía encontrar a una curandera llamada Ina. Me señaló una mesa envuelta en sombras en la que estaban una mujer de piel oscura con el pelo gris y la que parecía ser su hija, una muchacha de mi edad de piel oscura también y pelo rizado recogido con una cinta y una flor amarilla. Ambas llevaban brazos y piernas decorados con abalorios y pulseras. Me acerqué a ellas:
- Perdón, ¿es usted la curandera Ina?
La mujer mayor me miró con sus oscuros ojos y me sonrió cálidamente. Me indicó que me sentara con ellas. La joven me sonrió también y comenzó a hablar:
- Tú eres Lucy, ¿verdad? Me llamo Saphira y esta es mi madre Ina.
- ¿Cómo lo has sabido?
- Syracus vino a vernos justo antes de volver con sus padres. Lo sabemos todo. No pudimos ir a buscarte, lo sentimos profundamente, pero hemos de seguir las reglas.
La sola mención de su nombre hizo que el mundo se me desmoronase otra vez encima. Mis ojos se humedecieron. 
- Tranquila Lucy, ya nos has encontrado, ahora vamos a ayudarte, no te preocupes. - Me dijo la chica.



Me llevaron a una pequeña casita a las afueras del centro. Cuando entré y una preciosa chimenea con fuego acogedor me dieron la bienvenida, una profunda calma se apoderó de mí. Su morada estaba constituida de una planta y lo que se asemejaba a una buhardilla. Estaba enteramente hecha de madera. Por dentro, grandes sábanas de colores separaban distintas estancias y aunque por fuera no lo pareciese, era muy espaciosa y luminosa.
Cuando me miré al espejo que había en el baño, vi que ojeras recorrían mis grandes y oscuros ojos, un corte en el labio y otro en la ceja decoraban mi cansada y derrotada cara. Desde luego, por mi aspecto, parecía que vivía en Nim desde siempre. 
Tras un largo baño, me trencé el pelo y descubrí que Ina se había ido. Saphira se acercó a mí tendiéndome un vaso:
- Ten, esto te hará sentir genial. Tenemos muchas cosas que hacer por la mañana y debes estar completamente recuperada. Este zumo te despertará, ya verás.
Me lo bebí de tres sorbos y al momento sentí cómo las fuerzas volvían a mí. Los pensamientos negativos se disiparon y pude ver todo con más claridad. Llegué incluso a sentir esperanza.
- Wow.- Exclamé.
- Bien, no tenemos mucho tiempo: sé que habéis venido a por la Llama, y te la daré, pero has de saber que ello exige un precio. No os lo ponemos ni mi madre ni yo, lo pone la Llama. El que quiere conseguirla ha de pagarlo, y no es nada material. Ya sabrás a lo que me refiero - asentí-. Y segundo, Syracus ha sido un buen amigo mío, por eso recurrió a mí cuando desapareciste. Necesitamos...
- ¿Qué le han hecho, Saphira? - Interrumpí.
- Eso es lo que quiero que me cuentes, Lucy, ¿qué le ocurrió allí dentro?
- Su madre le dio a beber su sangre y luego...
Una sombra de sorpresa pasó fugazmente por la cara de Sapahira. 
- ¿Fue por la noche, verdad? -asentí-. Lucy, eso es bueno. Más o menos. Ahora se despertará como uno de ellos claro, pero no se supeditará a nadie, será libre de irse a donde quiera porque no ha sido ni podrá ser Marcado.
Entonces todo cobró sentido. Vidia había sido capaz de matar a su hijo para que éste volviese a ser libre a pesar de lo que su padre le había impuesto.
- Tenemos que sacarle de allí.- Le imploré.
- Por supuesto. Todos los vampiros despiertan por la noche, por eso por el día son tan débiles y apenas pueden ver la luz del sol, así que en cuanto amanezca iremos a por él.
Una idea me asaltó. Tommy:
- Saphira, si por algún casual, Syracus despertase de día, ¿moriría?
Dudó unos instantes antes de responder.
- Supongo que lo único que le ocurriría sería que podría exponerse a la luz del sol, al contrario que el resto. Pienso que todos los vampiros despiertan de noche porque así pueden ser controlados de una manera más eficaz.
- Entonces debemos ir ya a por él. He tenido una idea.



Volvió a ser de día en aquella oscura ciudad y nos presenciamos en la casa de Syracus. No fue difícil encontrarla ya que era famosa en todo el reino por sus grandes festines. Cabe señalar que nadie sabía que eran vampiros porque allí casi nadie era Dotado, solo se sabía que eran los Condes (no nobles como había pensado en un principio) más poderosos de todo Alberna. 
El caserón se veía imponente y enorme, rodeado de un amplio jardín con fuentes secas decorándolo fúnebremente. 
Saphira iba detrás de mí. Ambas vestíamos largas capas con capucha. Nos acercamos a una de las ventanas traseras y como contaba con mis poderes, nos elevé hacia una de las ventanas que estaban entreabiertas. Cuando entramos, todo estaba a oscuras, pero pudimos ver que se trataba de una habitación con escasos muebles. Salimos silenciosamente a un corredor amplio y apenas iluminado. Lo curioso es que allí dentro parecía ser siempre de noche, al contrario del Palacete, que siempre parecía ser de día. 
- ¿Alguna idea de dónde puede estar?- Le susurré a Saphira. Negó apenada.
De pronto salió de una de las habitaciones del final una mujer con el pelo negro recogido en un moño. Era Vidia. Sus ojos se abrieron mucho y le cambiaron al naranja en cuanto me vio a mí. Se acercó agitada:
- ¿Qué estáis haciendo aquí?
- Vidia, venimos a rescatar a Cus. Syracus.- Me corregí. 
Su mirada volvió a entristecerse y me dieron ganas de darle un abrazo. 
- Estará mejor con vosotras que aquí encerrado. En cuanto despierte, su padre... No sé qué le hará Román a nuestro hijo, pero seguro que no es nada bueno.Yo ya he recibido mi castigo por lo que hice y casi me mata.- Las anchas mangas de su vestido desvelaron enormes moratones. 
- Oh no.- Exclamó Saphira tapándose la boca.
- Es igual, su padre sí que es un monstruo, estará mejor alejado de él. Pienso ayudaros a sacar de aquí a mi hijo. Lucy - se dirigió a mí tras una pausa-, Syracus ya no será como le recuerdas. Debes tener cuidado cuando despierte, ¿me has entendido? - asentí.
- Es por el día, así que puedo utilizar mis poderes. Más o menos.- Dije rozándome las muñecas con dolor.
- De acuerdo, entonces no perdamos ni un segundo. Os llevaré hasta él y mientras lo desatáis, iré a por una capa.
Comenzamos a caminar por el largo pasillo. ¿Había dicho desatar? ¿Acaso lo tenían como un animal?
Decidí apartar ese pensamiento. La madre de Cus abrió la puerta del final y, sin tener una sola ventana y ningún solo mueble, allí estaba él, sujeto de las muñecas a la pared del fondo, con la cabeza gacha y el torso desnudo lleno de cortes. Algunos habían cicatrizado ya pero otros seguían sangrando.
- ¡Cus!- Grité espantada. Corrí hacia él alzándome las faldas del vestido. Cuando llegué donde estaba, seguida de Saphira, le rodeé la cabeza con las manos apartándole el pelo mojado de la cara. Estaba muchísimo más pálido, con oscuras ojeras recorriéndole los ojos cerrados. Los labios ahora tenían un tono carmesí y todos los rasgos se le habían pronunciado más dándole una apariencia cadavérica. A pesar de haber cambiado, seguía siendo él, lo notaba. Lo sabía. No se había ido.
Parecía no respirar, pero el pecho ascendía y descendía suavemente. 
Me di cuenta de que yo tenía las mejillas mojadas y había estado llorando cuando Saphira me puso su mano sobre el hombro. Luego me sonrió. 
Subí las manos y luego bajándolas de golpe, rompí las cadenas que retenían a Syracus. Luego le cogimos entre las dos y lo arrastramos hasta el centro de la sala, pero así no íbamos a llegar muy lejos así que tuve una idea. Cerré los ojos y controlé la respiración. Empecé a escuchar el latido de mi corazón y el tiempo pareció detenerse. Crucé los dedos notando cómo un torrente violeta se desprendía de ellos y envolvía cálidamente a Cus de la cabeza a los pies. Abrí un poco los ojos y vi a mi compañera con expresión incrédula. Luego giré un poco la cabeza y descubrí que había funcionado, Cus flotaba sobre nosotras, como si estuviese sumergido en el agua. 
De pronto, se escuchó el sonido de miles de cristales estallando a la vez. Saphira y yo caímos al suelo.
- ¡¡CORRED!! - Dijo Vidia tendiéndonos la capa que había traído. 
El corazón me dio un vuelco y me temí lo peor. Aferré la pierna de Cus y tiré de él mientras llegamos al pasillo en penumbra. Debíamos volver a la habitación por la que habíamos entrado y salir de allí inmediatamente. Tenía muchísimo miedo, las piernas me temblaban y todo mi ser amenazaba con desplomarse  de un momento a otro. No, debía ser fuerte. Íbamos a salir de allí, solo necesitábamos llegar a la ventana antes que... Román. Corrimos por el pasillo como alma que lleva al diablo y conseguimos girar hacia la habitación justo cuando Román apareció por unas escaleras que asomaban por el fondo. Tenía los ojos encendidos en puro fuego con una expresión de enojo severa. Los pequeños colmillos le afloraron cual bestia y su espalda se arqueó para comenzar a correr hacia nosotras e impedirnos escapar con su hijo. Saphira gritó y me empujó hacia la ventana. Nos apoyamos en el alféizar y sujetando el pie de Syracus, saltamos al vacío.





Arually

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