miércoles, 10 de septiembre de 2014

3. Lucy - Oh dios mío

Me dirigí hacia Max sosteniendo bajo el brazo una pequeña carpetilla que contenía la lista de materiales que necesitaba comprar.
- Max. -Dije solamente. Él asintió, cerró el libro y se levantó a saludarme. Nos dimos la mano y le pregunté:
- ¿Qué tal estás?
Sonrió indicando que se encontraba bien. Alzó un poco la cabeza como preguntándome a mí cómo me encontraba.
- Bien gracias. Esto... ¿sabes algo de Sophie? ¿Cómo estáis todos? Desde que el reino se dividió en dos, sé que habéis estado pasándolo muy mal. Intenté ponerme en contacto con vosotros, pero me fue totalmente imposible, las cartas no llegaban, las personas que contrataba acaban heridas o peor aún, muertas, intenté traspasar la muralla... Nada, todo fue en vano.




Max me escuchaba con atención, me escuchaba. Me di cuenta de que ya no quedaba nada de aquel chico parlanchín por el que antes era conocido. Asintió tranquilamente y me cogió de la muñeca llevándome a un rincón. Miraba mucho hacia los lados para asegurarse de que nadie nos seguía ni nada por el estilo. Estaba claro que iba a hacer uso de la magia. Cuando llegamos, me descubrió la muñeca izquierda, donde seguía aquel tatuaje en espiral azul, y lo tocó con la yema del dedo índice. Empezó a resplandecer con un brillo blanquecino y cuando hubo retirado el dedo, descubrí que bajo la espiral había una pequeñísima esfera blanca. Me quedé atónita.
- ¿Cómo has...? ¿Qué es...?
- Se llama 'burbuja de la comunicación'. Gracias a ella puedes entenderme. Bueno, en realidad, ahora mismo puedes entender todas las lenguas prácticamente. Y lo mejor de todo es que también funciona cuando tratas de hablar con alguien a distancia. ¿Has oído hablar de los mensajes Iris?
- ¿Los de la diosa Iris? ¿Esos de los que lanzas un dracma de oro sobre un arcoiris? - Pregunté.
- Los mismos. Permitían a la persona que lanzaba el dracma ponerse en contacto con cualquiera.
- Y aparecía una especie de holograma, ¿no?
- Sí. Bueno, pues gracias a las burbujas de comunicación no tendrás que usar dracmas- Se rió-. Solo tienes que pasar el dedo por el centro del tatuaje, deslizarlo hacia la esfera blanca y voilà!
- Vaya... ¿Podría hablar con Sophie otra vez?
Hizo un gesto de mano como para invitarme a hacerlo. Me descubrí la muñeca completamente e hice lo que me explicó: puse el dedo en el centro de la espiral y luego lo deslicé hacia la blanca. Entonces, sobre el tatuaje apareció un halo blanco translúcido y pensé en hablar con Sophie. Una imagen difusa empezó a hacerse nítida ante mis ojos, se trataba de la habitación de mi amiga, solo que un poco más deteriorada que antes. Y ahí estaba ella, con el pelo negro azabache recogido en una coleta baja y peleándose con el flequillo rebelde. Se dio la vuelta y pegó un gritito. La había sobresaltado.
- ¡Lucy! ¿Cómo...? Ah, Max, ¿verdad?
- Yo también me alegro de verte.- Me reí.
- ¡Y yo también! ¿Cómo estáis? ¿Cómo está Alby? ¿Y Max ha llegado bien? ¿Ha tenido algún problema con la guardia?
- Tranquilidad Soph, pues por aquí estamos todos muy bien, Alby está en la ciudad y yo aquí porque tenía que recoger algunos pedidos y...
- ¡Pedidos! Lucy, necesitamos que nos hagas un favor muy grande. Necesitamos que nos ordenes un pedido de telas grandes para poder cruzar la frontera y hablar con el rey William.
Eso me pilló totalmente desprevenida.
- Claro, ¿pero has dicho 'nos' ?
- Necesitamos salir mi hermano, un amigo suyo y yo. Desesperadamente.- Dijo atropelladamente.
- De acuerdo, ahora mismo lo encargo. Con un poco de suerte podréis salir esta noche. Llegaríais aquí por la mañana, no os internéis en el bosque, esperadme justo en sus orillas. -Expliqué.
- Gracias, estoy deseando veros ya de nuevo. Te dejo, ha llegado mi hermano.
Y se cortó.







A la mañana siguiente, pensé en ir rápidamente al bosque. Solía ir allí a menudo por si volvía a encontrar a aquellos seres que un día nos concedieron el don de la magia. Mientras me ponía las botas, vislumbré el dibujo de mi brazo y todo lo nuevo que pasó ayer se derrumbó sobre mí de un golpe. Por fin podíamos entender a Max, aunque no quería imaginarme lo mal que lo había tenido que pasar sin poder articular palabra. Él se había quedado con Alby mientras le explicaba las nuevas noticias. Yo después de ir al bosque, iría a recibir a Sophie y a los demás.
Hoy nevaba, así que me puse el abrigo grande y los guantes. Mi pelo caía ordenadamente sobre el abrigo en millones de perfectos tirabuzones que lanzaban destellos dorados o pelirrojos según les incidiese la luz, a pesar de que era castaño. La parte de arriba la llevaba recogida en dos pequeñas trenzas que se cruzaban en armonía mientras que el resto caía como una cascada sobre mi espalda. Todo gracias al don de mi nodriza con los peines.
Salí de mi casa y en cuanto pisé el helado suelo, sentí el frío abrasador cortando mi cara. Hice una mueca y empecé a caminar en dirección al bosque. Verdaderamente, hacía muchísimo frío y aun con el abrigo empecé a temblar. Los labios empezaron a tornárseme violáceos y al final decidí ponerme la capucha del abrigo.
Después de media hora de caminata, llegué al comienzo del bosque. Empezó a nevar suavemente. Era un espectáculo asombroso el ver cómo pequeñísimos copos de nieve caían cuidadosamente sobre el paisaje nevado. Todo era blanco, y apenas se divisaban los colores verdes o marrones propios de un bosque.
Comencé a caminar por el blanquecino paisaje. La verdad es que me dio mucha pena estropear aquella bellísima estampa con mis torpes huellas, pero qué se le iba a hacer.
Cuando me hube internado bastante, cuando no podía ver más que ramas desnudas si miraba hacia el cielo, escuché pasos a mi alrededor. Me quedé paralizada. Se suponía que nadie iba por allí. Repito, NADIE. ¿Qué demonios pasaba entonces? Me giré en redondo pero no vi a nadie. Me di la vuelta otra vez. Miré hacia detrás. Y entonces vi una sombra difusa a lo lejos, oculta entre algunos arbustos. Decidí acercarme con cautela no sin antes inspirar profundamente y sentir que el tatuaje picaba. Eso era buena señal, mis poderes seguían funcionando y en caso de peligro, no dudaría un segundo en utilizarlos. Al fin y al cabo, estaba rodeada de nieve que era agua.
¿Y si resultaba ser un animal? Daba igual, iba a adivinarlo en unos segundos ... De los arbustos salió un conejito blanco que se confundió con la nieve. Se fue dando pequeños saltitos y se perdió en pocos segundos. Pero eso no era todo. De esos mismos arbustos emergió un joven de penetrantes ojos azules que estaba... completamente desnudo. Grité. Gritó. Gritamos. Me di la vuelta rápidamente y cerré los ojos.
- ¡OH DIOS MÍO!
Me quité el abrigo rápidamente, y sin mirar, se lo tendí para que lo cogiese. Cuando se lo puso, decidí volver a mirar. Su pelo estaba revuelto y unas profundas ojeras recubrían sus ojos. Su mirada parecía cansada, y a la vez confusa, como si no supiese dónde estaba.
- ¿E-estás bien? Me llamo Lucy.- Le dije con una sonrisa forzada.
- Sí... muchas gracias. No tengo ni idea de cómo he acabado aquí, y menos así, ya sabes, ehm...
- Tranquilo - le dije, no quería conocer los detalles sinceramente-, no pasa nada. Deberíamos salir de aquí. Ya.
- Está bien, pero, ¿dónde estamos?
- En el bosque Chispeante, aunque no debes asustarte demasiado, no es...
- Shh - me tapó la boca y empezó a susurrar -. No estamos solos. Acabo de oír algo.
Instintivamente nos agachamos.
- ¡¡¡ARMADILLO!!! - Gritó alguien de repente. Esa voz me resultaba familiar. Le miré extrañada. Me puse de pie con cautela. Entonces apareció Sophie de la nada seguida de un chico que tiraba de un carro a través de los árboles. Se quedó paralizada durante unos instantes. La mirada de mi amiga se iluminó enormemente y fue corriendo a abrazarme con lágrimas en los ojos. La había echado muchísimo de menos. Dejó de abrazarme separándose un poco para mirar al chico y seguidamente a mí:
- ¡Te hemos encontrado! ¿Se puede saber qué narices hacías aquí y... así?- Le reprendió Sophie al chico señalándolo de arriba a abajo.
- Yo...- Empezó a murmurar él. Pero mi amiga le cortó rápidamente y dijo:
- Esto... bueno, esta es Lucy. Lucy, este es mi hermano Derek.

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